"Digo, pues, que al no ser la soberanía sino el ejercicio de la voluntad general, no puede nunca enajenarse y que el soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo: el poder puede muy bien transmitirse, pero no la voluntad."
J J Rousseau, El Contrato Social, Libro II, Capítulo I
Por estadística el 10% del agua dulce del planeta es físicamente asequible a la humanidad. El reto de poner el agua a disposición de 7.000'000.000 de personas (9.000'000.000 en 2050) resulta inconcebible en las condiciones que el mundo se encuentra.
Fenómenos no tan naturales provocados por el calentamiento global, sumados al relativamente reciente establecimiento del agua como un bien de consumo, suponen obstáculos desproporcionados, pero alegremente superables. Ambos han sido provocados por nosotros y los modelos de consumo que dominaron el siglo XX, característicos por un antropocentrismo desmedido, que ha ignorado toda conexión de la especie humana con su entorno. E incluso consigo mismo.
La historia nos da ejemplos de que la creatividad e inteligencia, que nos diferencia de otros seres (pero no por ello nos desconectan), que toda situación generada por nosotros es reversible. Si se pudo dar vuelta a la Edad Media, se debe poder con todo... Ahora, creo que la herramienta fundamental para iniciar ese cambio y entender de nuevo nuestra responsabilidad colectiva está en la capacidad de informarnos, entender y actuar. Es decir, de educarnos.
El agua se está constituyendo en un recurso cada vez más precioso. Aunque tengo la absoluta fortuna de no haber pasado más de un minuto con sed, por haber nacido en una ciudad abundante en agua y haberme movido a una muy bien abastecida, me enfrento muy de cerca al reto de diseñar para abastecer con agua a una comunidad.
A medida que me muevo en el proceso de educarme, me espanta saber y confirmar que acceder a un recurso natural fundamental puede facilmente tornarse conflictivo. Sobretodo cuando nuestras ambiciones superan nuestras necesidades.
El establecimiento del agua como un bien intercambiable en el mercado, genera exclusividad y deriva en conflictos. Que la infraestructura necesaria para distribuir agua entre la población es, en teoría, la razón verdadera por la que se puede cobrar el servicio es entendible, pues requiere mantenimiento y equipos técnicos especializados. Sin embargo, más allá del interés y voluntad generales, es la necesidad natural la que manifiesta abiertamente la importancia vital del agua, situandola al lado del aire puro, el alimento, la salud o la educación. Por eso la obligación de un estado democrático de defender la voluntad general y asegurar el acceso a agua potable para todos los individuos, prima sobre la privatización de fuentes de agua. Es una cuestión de soberanía, lógica y vida.